miércoles, 18 de diciembre de 2013

Algunas veces hay que contestar

El texto que va a continuación andaba perdido y no ha debido tener difusión ninguna. Como creo interesante su contenido, lo incluyo ahora para conocimiento de mis posibles lectores.
 
En el último número de Ínsula (1),  monográfico con el título Nuevas trazas para la ficción de pícaros, publica A. Rey en sus páginas 16-18 un artículo, Tras las huellas del autor del Lazarillo, cuya lectura merece algunas puntualizaciones.
 
Se inicia con una dogmática afirmación: “El Lazarillo es una novela anónima”, con la cual Rey podía haber dado fin a su trabajo, porque ¿qué huellas y de quién vas a seguirlas? La continuación es la conocida retahila de atribuciones en una exposición más propia de un maestro que da cuenta por vez primera a sus alumnos de un tema para ellos desconocido que de un profesor universitario que se dirige al público supuestamente culto y enterado de una revista como “Ínsula”, con datos procedentes de cualificados investigadores y que no le merecen el más mínimo comentario. Menos mal que declara no tener tiempo ni espacio para ofrecernos la nómina completa… Todo ello transcurre como el más reposado relato hasta llegar al “hallazgo” (ni la palabra es mia ni su difusión mediática) del “legajo de correcciones de Lazarillo y Propaladia” de que di noticia en su dia en A vueltas con el autor del Lazarillo (2).  Aquí la cosa cambia y Rey para apoyar su rechazo a mi atribución de la obra a Hurtado de Mendoza (posible, no seguro autor), recurre nada menos que a la filóloga Navarro, tan prestigiada en el mundo de la investigación lazarillista como valorada por sus elucubraciones sobre Alfonso de Valdés, la cual hace año y medio, al aparecer mi libro, con la delicadeza que la caracteriza, tuvo a bien dedicarme unos denigrantes calificativos, sin pasar, naturalmente, de la lectura de las primeras 37 páginas de la obra. Pues bien, Rey (y permítaseme este trato de confianza, dada la familiaridad con que él habla de mí), con tan bien informada valedora, transcribe literalmente los párrafos de la filóloga, con quien -según su declaración- coincide totalmente. Por cierto, dada su amistad con ella, podría indicarle que precisamente archivera (profesión que a ambos parece darles escalofríos) es una de las que no he ejercido; puede llamarme (y usted) doctora, Directora de Museos, investigadora, historiadora del Arte, paleógrafa, autora de una Tesis de ineludible consulta para los investigadores de temas del libro y la imprenta (hoy en la “red” por solicitud de la propia Universidad Complutense) o Commander British Empire (que también lo soy), pero, -y lo lamento-  archivera, no.
 
Rey, cervantista, según parece no demasiado interesado en temas de picaresca, por lo menos hasta ahora, una vez salvado -al alimón con Navarro- el “hallazgo”, prosigue con su tema, repitiendo incansable todo cuanto los demás han dicho, y nos ofrece lo que denomina de manera rimbombante “perfil ideoló- gico, social e incluso vital de su autor, aunque sea hipotéticamente”: que era toledano o había vivido en Toledo, que había estudiado en Salamanca, que debió ser alguien muy cercano a la Iglesia, que era un humanista destacado “entre los mejores de su tiempo”, buen conocedor de los clásicos, esforzado por crear “un estilo distinto al suyo habitual” y “cercano al erasmismo”. Estos sí que son hallazgos. No olvida repetirnos el tema de la pobreza de su tiempo y las medidas oficiales tomadas contra los pobres, la referencia a los Gelves, a las Cortes de Toledo, a la expresión de “los cuidados del Rey de Francia”, en fin a los temas archiconocidos y archiestudiados de la novela. Si el filólogo, en vez de limitarse a seguir a Navarro, en el año y medio transcurrido desde la publicación de A vueltas con el autor del Lazarillo, hubiera leido mi libro, encontraría los razona- mientos (no absurdos) según los cuales todos y cada uno de los puntos que él trata fue- ron ya debidamente expuestos por mí, ninguno de los cuales repugna la autoría de don Diego. Léame y encontrará muchas más razones que puede agregar a su farragosa retahila y no olvide tampoco la lectura de Un par de vueltas más, trabajo aparecido en la  revista Lemir (3). Creo que con otro año y medio le bastará.


Notas:
1.- Nº 778. Octubre 2011
2.- Calambur, 2010
3.- Lemir 15 (2011): 217-234